martes, 18 de marzo de 2014

Compro (con) oro

Hace ya unos cuantos años que uso de llavero una moneda un poco antigua (en la foto, como era originalmente). Es una moneda de 5 pesetas del año 1873 que mi abuelo, mientras trabajaba, encontró enterrada en la tierra. Se trata de una moneda bastante grande, de unos 4 cm de diámetro, y es de plata. No soy ni mucho menos experto en materiales y tampoco he ido a que algún experto me lo diga. Simplemente sé que durante esa época en España existía algo denominado patrón bimetálico (de oro y de plata). En otros países, en cambio, e imagino que más cools, se llevaba el patrón oro a secas.



Fue durante el siglo XIX cuando se popularizó todo esto del patrón oro. Sin embargo, hacía ya muchos siglos que se usaban estos metales preciosos como moneda. Los romanos, por ejemplo, ya lo hacían. En la Edad Media y la Edad Moderna era normal el uso de monedas de plata. Incluso Newton, en 1717, en su etapa como director de la casa de la moneda inglesa (sí, sí, sir Isaac Newton, el de la manzana y la gravedad), fijó una relación entre las monedas de oro y los peniques de plata. La lió parda e hizo que las monedas de plata desaparecieran de la circulación, pero esa es otra historia.

Yendo ya a la definición en sí, el patrón oro no es más que un sistema monetario por el cual el valor de la moneda de un país está ligada a una cierta cantidad de oro. Así de sencillo. Tanto oro, tanto dinero había en un país. Los bancos centrales no podían simplemente coger papel y darle valor, como pasa hoy en día con el dinero fiat. Si querían emitir papel moneda, éste debía estar respaldado con oro en forma de reservas en el Banco Central. Al menos en teoría.

Había, pero, un problema. La moneda más pequeña de oro era demasiado dinero. Incluso el sueldo de varios días para un obrero. Esto, obviamente, era muy poco útil para ir a comprar el pan, por ejemplo. Es por esto que durante el siglo XIX casi todos los países optaron por un patrón bimetálico y no fue hasta las últimas décadas de éste que los países fueron pasándose al patrón oro único.

Para no cansaros con historias de balanzas de pagos y otras cosas raras y aburridas, tan sólo mencionar que este sistema monetario se mantuvo de aquella manera solamente al principio del siglo XX. Más tarde, con los acuerdos de Bretton Woods (1944), se buscó volver a un sistema parecido, pero en 1971 Nixon suspendería, y esta vez para siempre, la convertibilidad dólar- oro, acabando así con este sistema monetario y entrando de lleno en la época del dinero fiat tal y como la conocemos hoy en día.

Como apunte hay que comentar, pero, que el patrón oro no era un sistema fijo definido igual en todos los países. Cada uno tenía sus características e incluso en un mismo país iba cambiando de forma durante los años. Así pues, cuando se habla de que todos los países tenían el patrón oro como forma de sistema monetario, no quiere decir que todos funcionaran igual.

Como con cualquier tema, habìa (y hay) defensores y detractores del patrón oro.

Los defensores centran su postura en que con este sistema se controla que los bancos centrales no impriman dinero como locos (lo que pasa hoy en día), impidiendo así que una moneda se devalue con el paso de los años. Pensad, por ejemplo, en lo que se podía comprar con 10 dólares hace 50 años y lo que se puede comprar hoy en día para daros cuenta de lo que esta moneda se ha ido devaluando con el paso del tiempo. 
 

Los detractores, sin embargo, dirán que es un sistema que como la cantidad de oro que existe es fija, no es viable con el crecimiento económico mundial, ya que produciría deflación de precios. Además es un sistema que impide al gobierno arreglar algunas situaciones a través de la política monetaria.

La verdad, y viendo lo inútiles que llegan a ser los policymakers, creo que lo ideal sería volver a un sistema parecido al del patrón oro. Que haya algún factor externo que controle la oferta monetaria de un país es clave para que no se vivan, por ejemplo, situaciones absurdas de hiperinflación como las que ya comenté una vez en este mismo blog.

No quiero acabar el post de hoy sin explicaros una situación que por lo menos a mi me pareció curiosa la primera vez que la escuché en clase de Historia Económica Contemporánea.

En Francia, la casa de la moneda estaba obligada por ley a suministrar monedas acuñadas de oro o de plata siempre que alguien entregara oro o plata de una determinada calidad. Además, el cambio oficial estaba fijado en 15 y medio a uno, es decir, una onza de oro equivalía a 15 onzas y media de plata.

Sucedía sin embargo un hecho curioso. El cambio oficial francés no tenía por que ser igual al cambio de mercado. Era parecido, pero no igual. Esto se producía porqué el cambio oficial era fijo, marcado por algún decreto o ley de la época, y, sin embargo, el cambio de mercado era variable. Variaba día a día, dependiendo de factores externos, como el descubrimiento de minas de oro, lo cual hacía que la plata se apreciara, o de minas de plata, provocando el efecto contrario, entre otros. 

Esto, evidentemente, tenía consecuencias. Si el banco francés tenía como cambio oficial 15 onzas y media de plata a cambio de una de oro y el mercado daba 16, ¿qué hacían los más avispados? Sencillo.

Primero, se importaban 15 onzas y media de plata. Después, se llevaban a la casa de la moneda francesa y se le pedía por favor (siempre por favor), que si podían acuñar esa plata para tenerla en forma de moneda francesa. A continuación, se intercambiaba esa moneda de 15 onzas y media por una de oro de igual valor, es decir, por una moneda de oro de una onza. Por último, exportaba esa moneda de oro a cambio de 16 onzas de plata, ya que ese era el cambio de mercado.

El resultado salta a la vista. Media onza de plata por la cara. A esto se le llamaba arbitraje y había muchos incentivos para dedicarse a ello en la Francia del siglo XIX. Este arbitraje tenía consecuencias en la circulación de las monedas en el país y no siempre se podía llevar a cabo por culpa de otros costes, pero como creo que ya me he enrollado demasiado, por hoy lo vamos a dejar aquí.

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